Hoy me levanté tarde. El confinamiento no hace que esté menos cansada. Es el día del libro y no hay problema, aunque no se pueda ir a una librería. Los libros están tan vivos que evolucionan, se encuentran en esta gran red que tanto nos está acompañando.
El papel tiene algo especial, el tacto. El electrónico tiene el mismo contenido, en bytes, a menor precio, pero quien sabe si en el futuro será legible o no por nuevas tecnologías. A veces es como las miles de fotografías que ahora hacemos y desaparecen con los dispositivos. Aquellas fotografías en blanco y negro, de nuestros padres y abuelos, encargadas al fotógrafo del pueblo, se heredan y se guardan.
En un día tan clásico, voy a ir al Siglo de Oro para citar a Francisco de Quevedo (1580-1645). Elijo para hoy esta frase:
«Hay libros cortos que, para entenderlos como se merecen, se necesita una vida muy larga.»
Casi todos los españoles hemos leído durante el bachillerato, como tarea obligatoria, el libro «Réquiem por un campesino español» de Ramón J. Sender (1901-1982). Un libro pequeño, corto y que nos dejó su impronta bien marcada.
Me apetece reivindicar en el día del libro esos pequeños libros de cuentos, poesía, novelas cortas, autoayuda, etc. Estos libros de autoayuda son una de mis pasiones y el más cortito que me viene a la cabeza es «El arte de amargarse la vida» de Paul Watzlawick. Os lo recomiendo, es muy bueno.

Al pensar en libros la mente casi siempre se va a los publicitados best seller gruesos modernos, libros premiados o los libros antiguos anteriores al siglo XX. Son libros que no necesitan reivindicarse porque son los más vendidos y leídos.
No puedo evitar ser, en muchas situaciones, una defensora de causas perdidas, una guerrera en paz. También me felicito por tener mi propio libro pequeño, con el que sentirme a la vez lectora y escritora en este año.