En la entrada anterior os hablaba de la llegada del pequeño Joda. El pollito agapornis ya no toma la papilla que le preparaba y le daba con una jeringuilla. Come normal solo.
Hace una semana él y la bonita Joss han volado por la casa juntos. Ya conviven los dos en la jaula grande y Joss se hizo la dura al principio. Joda es insistente, por eso ahora se llevan muy bien, los dos pegaditos demostrando lo que es un pico, con sus besos y arrumacos.

Da gusto vivir en una casa donde reina la paz y el amor.
El confinamiento para muchos ha sido un martirio porque ha separado parejas. El mío ha sido una luna de miel, con días de ansiedad ya casi olvidados. Queda el poso, para siempre, de haber consolidado más aún nuestra relación de pareja.
Son tan bellos los pasos comunes, los ojos que te miran y miras con tanta ternura. El deseo de cuidar, el sentirse cuidada. El amor es un abrazo eterno, el infinito del alma, el centro de la felicidad, la confianza, el respeto.
La magia existe dentro de los corazones que se encuentran y se unen para adorarse, admirarse, emocionarse a la vez; para crear un mundo que es tú y yo, al lado del otro mundo que son todos los demás.
Quien no ha vivido eso ni remotamente lo imagina. Es lo contrario del egoísmo, del miedo, de la exigencia. Sé que estando a mi lado creces y yo también crezco, más ni te pongo pegas ni tú a mí, nos cogemos de la mano y todo lo que surge es mejor y espontáneo.
Todo es más fácil porque estás y eres el centro de mi vida. Eres mi hogar, vayamos a donde vayamos. Que nadie me diga que convivir es difícil, pues lo difícil es pensar que no estuvieras cuando miro como duermes a mi lado.
